Cuatro siglos antes de Cristo, Hipócrates, “el padre de la medicina”, ya en Grecia había reconocido la toxicidad del plomo en la industria de la minería; 1700 años después de Cristo, el médico italiano Bernardino Ramazzini, considerado como el fundador de la Medicina del Trabajo, en una época donde se acababa de prohibir las enseñanzas de Galileo Galilei, escribió un libro sobre enfermedades ocupacionales y la higiene industrial, denominado De Morbis Artificum Diatriba (las enfermedades de los trabajadores), donde en cada capítulo se describen enfermedades asociadas con alguna actividad laboral en particular, descripciones del área laboral, análisis de la literatura, preguntas para los trabajadores, descripción de las enfermedades, remedios y consejos para 52 ocupaciones. Él propuso que los médicos añadieran a la lista de preguntas que Hipócrates recomendó preguntar a sus pacientes » ¿Cuál es su ocupación? «.
Sin embargo no fue sino a principios del siglo XX que comienza a incrementarse el interés sobre la importancia del trabajo en los seres humanos, con su impacto positivo insustituible, protagonizado por la sensación de realización personal de quienes amamos lo que hacemos cotidianamente y en el otro extremo las alarmantes cifras de enfermedades relacionadas con el trabajo, hasta el punto de haberse convertido en epidemias a nivel mundial.
Hoy en la era de la innovación tecnológica, cifras oficiales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), afirman que el 86% de todas las muertes vinculadas con el trabajo, son producto de enfermedades profesionales o también llamadas “enfermedades ocupacionales” en Venezuela. Donde se conoce a “la vieja epidemia regional escondida” a las enfermedades pulmonares ocupacionales (asbestosis, neumoconiosis), dermatosis ocupacionales, hipoacusia ocupacional, intoxicaciones por plaguicidas y otros tóxicos (mercurio, plomo, arsénico, benceno, tolueno, xileno) y alergias (asma, rinitis, dermatitis por hipersensibilidad). Por otro lado, también en nuestros días, surge “la nueva epidemia global escondida” que crece y cada día evaluamos en nuestra consulta más trastornos músculo-esqueléticos (dolor lumbar, síndrome del túnel del carpo), enfermedades cardiovasculares, desordenes mentales y emocionales (estrés, burnout, depresión) y enfermedades emergentes: como la hipersensibilidad química múltiple, cánceres ocupacionales, disruptores endocrinos y aquellas causadas por las nuevas tecnologías (nanotecnologías y otras).
En relación a las nuevas tecnologías es fácil observar la exposición continua a la que trabajadores y no trabajadores estamos expuestos diariamente, en particular a las ondas electromagnéticas; pues en las ciudades estamos rodeados de ellas; ya muchos trabajadores no sólo tienen un teléfono celular, sino 2 e incluso 3. Hecho que sería menos impactante si al menos todos apagásemos los equipos al dormir (y obviar la excusa de mantenerlo encendido “por si acaso una emergencia”, aún en aquellos casos donde existe un teléfono fijo). Si observamos en nuestro alrededor, el número de computadoras, tablets, celulares, conexión wi-fi, antenas, radios, laptops y otros aparatos que están encendidos 24 horas al día; no consideraríamos descabellado pensar en una nueva patología denominada “hipersensibilidad electromagnética”, síntomas que apenas se han comenzado a estudiar y aún se sabe muy poco al respecto.
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En Venezuela las estadísticas más recientes proporcionadas por el Instituto Nacional de Salud y Seguridad Laborales (Inpsasel) del año 2006 ubican a los Trastornos músculo-esqueléticos en primer lugar (76,5%) dentro de la lista de enfermedades ocupacionales diagnosticadas y calificadas por dicho instituto; seguido por afecciones por factores psicosociales (6,3%) , en tercer lugar las enfermedades respiratorias (3,9%), cuarto lugar Patologías de la voz (1,5%) y en quinto lugar las afecciones auditivas por ruido (1,3%).
Yohama Caraballo-Arias
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